Dolmen

Curadora Leila Tschopp
2015 Buenos Aires, Argentina




The haunting

Vi una vez una escena en una película en la que, con un ruido que era un grave estruendo, todos los muebles se elevaban hasta estar a la misma distancia del techo que del suelo. Silencio. Luego caían estrepitosamente y todo volvía a tener peso. Me gusta ese no lugar en completo silencio, en suspensión, dice Camila Carella y describe en esa situación cinematográfica el estado de su pintura.

En Dolmen, su primera muestra individual, Camila presenta una única pintura que toma el cuerpo de la sala para abrir un espacio delgado, desfasado e invisible; una luz y su sombra al mismo tiempo.En capas de tela que asoman superpuestas, la pintura se construye por planos que aparecen a medias, cada nivel tachado por un nuevo gesto revelado que intenta encontrar el espacio de las formas ausentes. Como si se tratara de un lugar oscurecido, el mundo que evocan esos signos se confunde en manchas y figuras que levitan (hacia arriba, hacia delante).

Todo es alucinación, posesión, neblina. Camila trabaja con rapidez; la pintura flota buscando alguna contención más cerca o más lejos de la superficie, más adentro o mas afuera del plano, trazando marcas que sirvan de referencia en lo inestable. La paleta cambia sutil pero ferozmente, indica centros de atención, ilumina faros, despega algunos estos y los coloca entre nuestro ojo –puedo tocarlo- y la tela. A veces se impone el paisaje, a veces un torso, una pierna o un símbolo suelto de su propio abecedario. La pintura se hace cuerpo y fuerza y desde su interior cegado envuelve al espectador y lo arrastra.

Dolmen es el vestigio de una práctica, una serie de gestos traslúcidos, una marca ritual.Es el apilamiento de planos, de piedras, de signos que señalan aun desde su arrepentimiento. Es el intento de fijar las figuras que se agitan en lo informe, la huella adentro del cuadro y el acto de pintar. Es una pintura innegablemente física; una pintora habitando el propio gesto.